Una Thermomix desubicada

No recuerdo cómo llegué aquí. La campana extractora, aprovechando un descuido de los de seguridad, me dijo que me trajeron a la cocina debajo de una capucha negra. El único recuerdo que tengo es que estaba en un vehiculo junto a otros enseres y mi sentido de la orientación alemán me decía que llevábamos tiempo dando rodeos. No es de extrañar, la familia a la que servía era muy importante, de las que llevan detrás señores con pinganillo.

Soy una Thermomix 21 y vivo en Pedralbes. En estos tiempos de obsolescencia programada me siento como una vieja tata de familia bien, me han conservado en la casa a pesar de mis largos años de servicio. A la señora no le importó que mis cuchillas se mojaran el día que el señor dejó el vaso en el fregadero. Ese día viajaba a Mallorca con su abogado y andaba algo distraído. No sé por qué, la verdad, soy un robot de cocina añoso y discreto, nunca pregunto, pulverizo sin chistar.

No sé que hago aquí. Soy una desclasada. A mis años debería estar en una casa de dos dormitorios y cocina integrada en el salón haciendo papillas para congelar y tener a mano. Embutida entre el microondas y la panificadora, vendida de segunda mano a una familia del montón. Feliz en Moratalaz o Tarrasa, quién sabe.

Y me siento extraña, la Thermomix 31 de la mansión de al lado vuelve la vista cuando la saludo agitando la espátula por la ventana de la cocina. Aquí es que todo es de lujo. De mucho lujo y último modelo. Y aunque tenemos una barbacoa con tejado y vestuario creo que hemos caído en desgracia, porque aquí no se ralla pan desde hace meses. Y los señores no sé dónde andan, los echo de menos, me gustaba cuando entraban en la cocina y me miraban con ternura y complicidad. Ellos son de mucha complicidad.

No sé qué será de mí, yo solo quiero que venga una presentadora y me venda a una buena mujer que me dé cariño y me cuide el cubilete, pero por aquí dicen no se qué de unos rusos. Rusos, rusos... ¿serán filetes?

Imagen | Barcelonarent.info